Me dejé la uniceja
Me dejé crecer la uniceja. Si señores, escucharon bien y ni se molesten por sacarse la cera de sus oídos. Todos ustedes pensaban que yo tenía dos cejas perfectamente delineadas y separadas. Pues no, tengo un tremendo tren de cejatorio. Es más solía sacarme la uniceja, ritual en el que no dejo participar a más nadie, aparte de mi pinza y mi espejo, una vez a la semana. Es decir, a mi me crece más pelo entre las dos cejas que sobre la cabeza. Mejor dicho, soy la versión rizada y árabe de la propia Helga G Pataki.
Y bueno, al principio no fue fácil porque, como me imagino han escuchado por ahí, nos han impuesto unos estándares de belleza, no solo ridículos, sino monoculturales. La verdad, siempre he tenido claro que mi belleza, en el contexto colombiano, no podría ser más disruptiva y esto, hoy por hoy, no creo que sea algo negativo. En una tierra de mujeres que miden en promedio 1.56, calzan talla 7 y tienen el pelo liso, yo soy una caballota alienígena de un metro setenta y pico, con una mano de pelo rizado, una nariz que me sale desde el hueso occipital y, para colmo, comparto tenis con mis amigos hombres.
La razón principal por la que decidí quitármela hace seis años fue porque alguien me dijo que mi cara se veía "sucia" y que no era estético. Bueno, supongo que cuando tienes 17 años las palabras y las opiniones de los demás a veces, erróneamente, importan más que las propias. Me la quité y solo se volvió algo automático en mí: el pensar que una mujer no debe tener las cejas encontradas en la glabela.
Desde entonces, me gradué del colegio y me mudé a Bogotá, inicié una carrera que parece eterna pero que está a tan solo a diecinueve días de acabar. Viví muchas experiencias (el clásico Bogotazo que le da a los costeños, entre otras) y conocí a personas que cuestionaron mi modo precario y adolescencial de ver el mundo. Menos mal. Me di cuenta que mi normalidad, es decir, ser criada en una familia tan árabe, era bastante distinta a la de la mayoría de las familias colombianas. Las costumbres, las tradiciones, la familiaridad y todas estas cosas tan particulares que tenemos los árabes nos hacen diferentes, tanto cultural como físicamente. Durante estos años de universidad, entendí que todas las bellezas son válidas y que la mía, aún cuando diferente para muchas personas, también lo era.
Una vez una persona me dijo que las personas árabes no eran bonitas (o pues que a él no le parecían bonitas). Sobra decir que yo no le había preguntado su opinión en un principio pero aparentemente le pareció pertinente hacerme ese comentario. Luego llegué a mi casa y me puse a pensar mientras me miraba al espejo: ¿qué coño le había pasado a mi uniceja? A ver, pero yo soy full turca, literal y figurativamente, y si a mi me gustaba tanto mi arabidad, ¿por qué había permanecido suprimida esa pequeña parte de ella? ¿Por complacer a los demás? ¿Por suplir un estereotipo de belleza?
Me perdonarán el francés, pero la vida es muy corta para uno pararle bola a ese tipo de maricadas.
Hoy, no solo estoy aceptando el hecho de que voy a ser médico en pocos días sino que además me gradúo con uniceja completa y, honestamente, nunca me había sentido tan bonita.
Postdata: Feliz día del Kuffiye
Postdata: Feliz día del Kuffiye
Comentarios
Publicar un comentario